20.11.12

HOLY MOTORS

(Aviso: Esta crítica contiene spoilers!! Lo cual no elimina ni un ápice la intensidad, ni recorta la experiencia sensorial que supone ver esta película a posteriori)

Mil películas en una

francia-alemania, 2012.
título original: holy motors. director: leos carax. producción: martine marignac, maurice tinchant, albert prevost. guion: leos carax. fotografía: caroline champetier. música: neil hannon. montaje: nelly quettier. intérpretes: denis lavant, edith scob, eva mendes, kylie minogue, elise lhomeau, michel piccoli, jeanne disson, leos carax, nastya golubeva carax, zlata, jeffrey carey, annabelle dexter-jones.


Triunfadora absoluta en el reciente Sitges, la nueva película de Leos Carax es una joya que era esperada desde hacía mucho tiempo. Y es que, el que en otro tiempo fue el enfant terrible del cine francés ha tardado trece años en presentarnos su nuevo largometraje, esta magnífica, soberbia, inmensa, Holy motors
Todo lo que se diga de ella es poco. La película puede provovar el más absoluto de los rechazos. O el más profundo de los enamoramientos. Sin término medio. Estamos ante una cinta inclasificable, que trasciende los géneros, que fluctúa entre ellos, y que es más una experiencia sensorial apabullante, que resulta hipnótica desde el primer momento. Es difícil de explicar de qué va, qué quiere contar. Bizarra absoluta entre las más bizarras, la cinta tiene infinitos meandros y mensajes subterráneos por los que perderse. Hay tantas interpretaciones como espectadores, y aunque a lo largo del metraje se van dando pistas que nos pueden ayudar a comprenderla mejor, hay que recurrir también a elementos externos para entender al menos una pequeña parte de todo lo que se incluye dentro de Holy motorsPuede epatar o enamorar, pero no deja indiferente a nadie.
La cinta comienza con el propio director (Leos Carax en persona) despertando (o no) de un mal sueño en una extraña habitación de hotel con vistas a la noche de París. Explorando la habitación encuentra una cerradura oculta en la pared, que abre con su dedo, ahora reconvertido en llave. Llega a una sala de cine repleta de espectadores aborregados, inexpresivos, dormidos, sin mirar a la pantalla. Y entonces entramos en la película, y seguimos un día en la vida de Monsieur Oscar, un ser con múltiples vidas que viaja de una a otra como si fuesen citas. Lo mismo es un rico banquero, que una anciana que mendiga unas monedas, que un padre que abronca a su hija adolescente, que una criatura monstruosa que vive en las alcantarillas... 
Lo que vemos en pantalla es una serie de representaciones, un hombre (impresionante Denis Lavant, habitual compañero de Carax) que realiza una serie de performances a lo largo de la ciudad. Cada día nuevos personajes (once en la jornada que vemos en esta película), que no conoce hasta justo el momento de hacerlos; trasladándose de una a otra en una lujosa limusina que hace las veces de vestidor. ¿Quién está detrás, para quién representa esos personajes? Ni idea. Lo único que sabemos es que Oscar, ya no disfruta como antes, porque echa de menos las cámaras, que ya son tan pequeñas que apenas pueden verse. Sólo lo sigue haciendo por “la belleza del acto”. "La belleza está en el ojo del que mira", le dice una especie de jefe. "¿Y si ya no hay nadie que mire?"
Pero, ¿qué es lo que quiere contarnos Holy Motors? Es una película autorreferencial, no sólo en lo que al cine de Carax se refiere (M. Merde, la criatura de las alcantarillas, ya aparecía en el fragmento que dirigió para la película Tokyo!; los protagonistas se pasean por unos abandonados almacenes Samaritaine, que eran escenario clave en Los amantes del Pont Neuf, obra cumbre (hasta ahora) de Carax...); sino incluso consigo misma: uno de los personajes que interpreta Oscar asesina a otro de ellos. Pero va más allá: es un canto al cine (sobre todo, aunque no sólo, francés), un homenaje a un arte en el que los franceses son maestros; desde las cronofotografìas de Etienne-Jules Marey, a La belle et la bête de Jean Cocteau; de Les yeux sans visage de Georges Franju, al cripticismo de David Lynch, o la japonesa Godzilla, cuya banda sonora se usa en el filme.
Holy Motors es una película valiente y arriesgada, diferente, cinéfila, con numerosos momentos brillantes: el entreacto musical en la iglesia, la canción de Kylie Minogue, el capítulo de M. Merde, la (falsa) muerte del sr. Tovan junto a la joven Lèa.... Puede ser un canto al cine; o puede que no sea más que un sueño (y que Leos Carax siga dormido en esa sórdida habitación de hotel en la que comienza el filme); o puede que sea la visión del actor-total que vive (puede vivir) mil vidas, y a veces no sabe cuál es la verdadera, frente a los pobres mortales (los espectadores del cine del principio, ¿nosotros?) que sólo pueden vivir una; o a lo mejor es un grito de dolor de Carax (cuya mujer, Yekaterina Golubeva, murió trágicamente pocos días antes de comenzar el rodaje, y a la que está dedicada la película (además, la hija de ambos también aparece, interpretando a la hija adolescente de uno de los personajes), y que llegaría a su momento culmen cuando se grita destrozado al encontrar el cadáver (¿real, parte de una interpretación?) de una antigua amante y compañera de trabajo)... O puede que sea todo ello. Y mucho más. 
Es una película que debe vivirse, que debe experimentarse. Hay que aceptar las reglas y dejarse llevar. Y, simplemente, disfrutar.

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